En este escenario, los jóvenes —con un consumo casi exclusivo de contenido político a través de redes sociales— parecen haber encontrado en Milei una figura que canaliza frustraciones, desencanto y rebeldía.
En cambio, muchos votantes mayores siguen apostando por los mecanismos tradicionales de movilización: reuniones, actos, marchas, volanteadas o discusiones en medios más clásicos. Para ese electorado, el cambio no se tuitea: se construye en la calle.
Unos creen que el cambio no llega lo suficientemente rápido; otros, que hay que tener tiempo para que llegue. Pero ambos coinciden en algo: el enojo como síntoma político.
Sin tiempo, sin escucha, sin explicaciones
Los escándalos recientes que involucraron al oficialismo —como los casos de corrupción en organismos nacionales— alimentaron la desconfianza generalizada hacia la política.
En ese contexto, los discursos largos, las explicaciones técnicas y los análisis complejos pierden terreno. El voto emocional, impulsado por frases cortas, definiciones tajantes y promesas urgentes, gana adhesión. Mientras tanto, el voto racional, que intenta pensar la gobernabilidad, los matices y las consecuencias, queda rezagado en la conversación pública.
En muchos casos, parece que nadie está dispuesto a escuchar al otro. Cada espacio reafirma su visión en su propio canal, y lo que predomina es la reacción, no el intercambio.
¿Quién capitaliza el enojo?
Ese enojo —silencioso en algunos, explícito en otros— no distingue clases sociales, edades ni territorios. Pero sí se manifiesta de formas diferentes: en las redes, en los barrios, en las sobremesas o en las urnas.
En el marco del análisis político de la elección del 26 de octubre, se observa una tensión generacional en la percepción de los liderazgos.
Para Fuerza Patria, Axel Kicillof representa una figura joven, formada y con proyección, asociada a una renovación dentro del espacio.
En cambio, para muchos jóvenes mileístas, Kicillof encarna la continuidad de un modelo que —a su juicio— fracasó, sostenido más por el clientelismo político que por el mérito personal.
Por ahora, La Libertad Avanza logra canalizar con mayor eficacia ese malestar, especialmente entre los sectores juveniles que no se sienten representados por los partidos tradicionales ni interpelados por sus discursos o modos de construcción política.
Del otro lado, la oposición intenta reinstalar la idea de voto racional, vinculado al equilibrio, la gobernabilidad y cierta contención institucional. Sin embargo, enfrenta una dificultad creciente: el tiempo político ya no corre a su favor, corre en redes, donde el mensaje emocional se impone sobre el argumento.
¿Qué se juega el 26 de octubre?
Lo que se define en las urnas no es solo una elección. También es una disputa entre generaciones, canales de comunicación y formas de entender la política. En ese tablero, cada voto cuenta. Pero no todos los votos se construyen igual.