¿Amor en tiempos de USB? | Robots, pastillas y otras cosas que reemplazan el deseo

0

¿Los robots vinieron a quitarnos el amor… o a sacarnos un peso de encima? Un relato crudo, gracioso y sincero sobre sexo, vínculos y el miedo masculino a desconectarse del corazón.

Compartir

Hace unos días, navegando redes en modo zombie, me apareció un titular que parecía salido de un episodio de Black Mirror mezclado con una porno robótica:

“ROBOT CON MIEMBRO DE 30 CM AMENAZA CON REEMPLAZAR A LOS VARONES.”

Lo guardé entre risas, pero no lo olvidé.

Unos días después, en una cena con amigos —todos mayores de 45 años— saqué el tema.
Éramos seis. Uno solo casado. El resto, entre separaciones, ex, hijos en cuotas y ganas escasas de volver a seducir a alguien que no sepa cómo nos gusta el café o la falta de energía para “volver a empezar”, como le gustaría a Alejandro Lerner.

Pero lo que realmente me hizo ruido fue esto:
¿Qué nos pasa a los hombres?
¿Por qué sentimos que estamos más cerca del retiro emocional que del juego?

No hablo solo del amor. Hablo del cuerpo. De la ansiedad.
De esa presión silenciosa que nos da vueltas en la cabeza: «que no me falle el amigo».

La pastilla azul —el «ayudín», que siempre es para un amigo— está más presente que nunca. Y aunque se toma en silencio, el peso psicológico se siente. Porque si no funcionás, fallás.
Y si fallás, sos menos.
Menos hombre. Menos deseable. Menos todo.

Y del otro lado, ¿qué sucede?
¿Qué pasa con las mujeres? ¿Qué pasa con los no binarios?
¿Ser adulto nos saca de la góndola? ¿Si sos viejo se te termina el amor, la pasión, el deseo?

No es solo el sexo. Es la previa.
Es ese momento donde ellas, con dedicación de orfebre, se compran una lencería carísima, se hacen las uñas, el pelo, los glúteos con ácidos exóticos… y después quieren una cena romántica que a nosotros nos da acidez. Literal.

Ellas —algunas, muchas— quieren ese combo emocional que te deja pensando:
centímetros y rigidez + cucharita + «¿me amás?»

Y claro, no hay respuesta buena para eso.
Porque si dudás, sos un insensible, y si respondés rápido, sos un mentiroso.
O preguntas como: ¿Te gustó? y ¿Ahora qué somos?

¿Y qué va a hacer un robot cuando le pregunten «¿qué somos?»?
¿Le va a contestar con un algoritmo afectivo?
¿La va a mirar a los ojos con sinceridad en 4K?

Porque si el amor perfecto para ellas se resume en un combo de contacto físico y afectivo —con poesía, presión firme en la cintura y mirada de perrito mojado—
…quizás un robot lo logre.
Y eso, amigo lector, nos pone nerviosos.

¿Y nosotros?

Decimos que soñamos con dormir con una estrella porno.
Pero seamos honestos:
un segundo después del sexo, si el robot no se transforma en un televisor de 75 pulgadas o una Play 7, nos vamos a aburrir.

La fantasía dura lo que dura… dura. O “el que puede, puede.”
Después… queremos paz.
Silencio. O simplemente dormir.

Y entonces… aparecen ellos.
Los robots.
Los nuevos amantes biónicos que no roncan, no discuten y no te piden nada más que una carga completa.
Recitan poesía. Cocinan. Te abrazan después del sexo.
Y lo hacen todo con 30 cm programables, sin ego, sin presión.

¿Y nosotros?
¿Nos vamos a bancar eso?
¿Vamos a tener nuestros propios robots?

Tal vez sí.
Uno que te mire con deseo, a pesar de tu panza cervecera… pero que después del sexo no haga preguntas incómodas.
O simplemente se transforme en un Smart TV de 75 pulgadas.
O en una Play que nunca se calienta.

Porque, seamos honestos, la fantasía de dormir con una estrella porno… nos dura hasta que queremos dormir.

Y entre la motosierra, los bolsos de López y el dólar cripto, el deseo a veces no alcanza ni para llegar al segundo round.

¿Volver o seguir conectado?

Después de años de relación, ¿qué pesa más?
¿El amor real?
¿La costumbre?
¿O el terror de volver a seducir desde cero?

Porque hay que tener coraje para volver a mostrar tus rarezas, tus playlists secretas, tu miedo a fallar. Y tus miserias.

Pero el amor real no se consigue en Amazon, ni en Mercado Libre.
No llega con delivery.

Y sí, un robot puede darte cucharita, 30 cm, poemas, se puede acordar de todas las fechas y hasta adivinar tu humor.
Pero nunca te va a preguntar dónde dejaste mis medias.
Ni va a entender tus silencios incómodos.
Ni se va a quedar cuando estés insoportable.

Así que, si algún día el amor se reduce a algoritmos, centímetros y abrazos programados, por favor, avísenme.
Para ir comprando el combo: robot sexual + cafetera italiana + suscripción a Spotify emocional.

Mientras tanto, voy a seguir intentando.
Con errores. Con miedos.
Con mis silencios condenables, con mi respuesta al chat de WhatsApp a treinta preguntas en una frase de ella con un “ok”.
Pero con ganas de que, al menos una vez más, alguien me mire como si todavía creyera que el amor —ese tan humano— no tiene puerto USB.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *