Opinión | ¿Quién nos llenó de odio? ¿Y quién nos va a vaciar de él?
Vivimos en una época donde el odio dejó de ser una excepción. Circula libre, se reproduce con facilidad y se consume sin filtro. Está en los discursos, en las redes, en los medios, en los pasillos, en los comentarios al paso. Y aunque muchas veces lo disfrazamos de indignación o «sentido común», hay algo más profundo que deberíamos preguntarnos: ¿quién nos llenó de odio?
Y todavía más incómodo: ¿quién nos va a vaciar de él?
Política: el enemigo como estrategia
La política hace tiempo que dejó de debatir para empezar a destruir. Y eso no es una metáfora. El adversario se convirtió en enemigo, y el diálogo en combate. Cada palabra dicha o callada se convierte en trinchera. Desde arriba hasta lo más local.
En 1999, en plena campaña electoral en La Costa, un hecho estremecedor marcó un antes y un después: la llamada profanación de tumbas. Sucedió a una semana de la elección, y muchos sostienen que alteró el resultado electoral. A más de 20 años, sigue siendo un ejemplo claro de cómo el clima político puede cruzar límites peligrosos.
Más cerca en el tiempo, el caso Insaurralde fue aprovechado mediáticamente por sectores de la oposición para intentar vincular al ex intendente Juan Pablo de Jesús, sin pruebas, solo por asociación. Puede parecer un detalle local, pero es la prueba de cómo la lógica nacional también se infiltra en la política del territorio.
Y mientras tanto, a nivel nacional, vemos cómo las redes se convirtieron en arenas de enfrentamiento directo: el presidente Javier Milei publica tuits incendiarios contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y viceversa. Las figuras más altas del poder discuten con emojis, memes, y acusaciones cruzadas. Todo se reduce a un show donde, si hay rating, vale.
Medios y redes: la mentira como motor
En cada ciudad, cada pueblo, aparecen sitios web, cuentas de redes, canales de YouTube o TikTok que operan con denuncias falsas, noticias manipuladas y mensajes diseñados para indignar. ¿Con qué objetivo? Clics, vistas, monetización. Pero también poder simbólico.
En estos días, por ejemplo, la conductora Viviana Canosa volvió a ocupar titulares con denuncias explosivas que no siempre pueden ser probadas. Su estilo confrontativo, directo y provocador tiene seguidores y detractores, pero alimenta un sistema donde lo que importa no es si es verdad, sino si suena fuerte.
Y lo más inquietante: nos gusta. El algoritmo lo sabe. La mentira circula más que la verdad porque nos resulta más cómoda, más entretenida, más parecida a lo que queremos creer.
Frases que siembran odio
El odio se instala también en frases que se repiten sin pensar, que parecen comentarios sueltos pero cargan prejuicio, resentimiento y desprecio:
“¿Traen gente del conurbano para votar?”
“¿La Municipalidad no hace nada?”
“Los concejales viven de la nuestra.”
“Cada temporada hay más gente marrón.”
“¿Quién desapareció a Darío Geréz?”
Todas comparten algo: señalan un «otro» al que culpar. Ese otro puede ser el Estado, el pobre, el migrante, el militante, el que piensa distinto. Es más fácil encontrar un enemigo externo que revisar qué estamos haciendo —o no haciendo— como sociedad.
¿Y la ciencia qué dice?
Desde la neurociencia, se sabe que nuestro cerebro procesa de forma distinta la información que refuerza nuestras creencias. Las verdades incómodas generan tensión, las mentiras convenientes nos tranquilizan. Ese fenómeno se llama sesgo de confirmación. Por eso, preferimos muchas veces una mentira que reafirma lo que pensamos antes que una verdad que nos obliga a repensarnos.
“Nos resulta más fácil creer lo que nos conviene que lo que nos transforma”, resume el neurocientífico Facundo Manes.
Entonces, ¿quién nos va a vaciar de odio?
No hay receta. Pero sí hay decisiones posibles.
Podemos elegir exigir más responsabilidad a quienes tienen visibilidad. Pensar dos veces antes de compartir una noticia falsa. No premiar con atención al que solo grita. Recuperar el disenso sin convertir al otro en una amenaza.
Porque si no empezamos a desarmar este entramado de odio, si no ponemos un freno a tiempo, vamos a seguir preguntándonos por qué estamos tan divididos, tan violentos, tan lejos unos de otros.
Y quizás, cuando llegue el momento de buscar responsables, ya no sepamos a quién mirar… o lo peor: nos demos cuenta de que fuimos parte del problema al quedarnos en silencio.
No hay una sola respuesta. Pero si de algo podemos estar seguros es de que no alcanza con elegir entre amor u odio como si fueran opuestos simples. El desafío está en dejar de repetir lo que nos conviene y empezar a construir lo que nos contiene.
No para ganar una discusión, sino para poder seguir viviendo juntos. Arranquemos con lo que podemos.