Si alguien todavía cree que las campañas en el Partido de La Costa se definen en la plaza, en la unidad básica o en un ateneo radical, lo lamento: está atrasado unas décadas. El medio más elegido en esta campaña fue Google. Sí, Google. Si hubo “ensobrado”, no lo busque en un sobre de papel madera sino en el buscador más famoso del planeta. El algoritmo como gran operador político: corporativo, impasible y más barato que pagar un operador local (bueno, ponele).
De hecho, hablar de comunicación local es casi un chiste de mal gusto. Los periodistas ya no son el centro del ring: hoy cada cual publica lo que se le canta y las ropas interiores de candidatos y asesores se caen más rápido que un calzón de dudosa elasticidad.
Dicho esto, y con la certeza de que esta nota no moverá un solo voto, paso a contarles cómo se jugaron los últimos días.
Violeta libertaria
Los libertarios llegaron con manual bajo el brazo. Cero creatividad local: todo lo que se posteó fue un calco del lineamiento nacional. Batalla cultural y slogan único: “Kirchnerismo nunca más” + “Soy Milei, viva la libertad carajo”. El candidato local, un detalle. El protagonismo lo tiene la marca Milei, como si fuera Coca-Cola.
Fuerza Patria, el oficialismo zen
El oficialismo costero aplicó la receta clásica de Napoleón: “Si tu adversario se está equivocando, no lo interrumpas”. Sin aparecer demasiado en medios, sin responder ataques y mostrando algo de gestión con perfil bajo, caminar sin mostrarse mucho en redes, un jingle pegadizo, buen uso de WhataApp… y confianza en su capacidad de movilización. Campaña de trinchera, casi sin transpirar en público, pero con la calculadora en la mano.
El podio de la garra (con tarjeta de crédito en rojo)
Matías Porta: el que más gastó, el que más caminó, el que más posteó. Dejó el alma y varias tarjetas de crédito en llamas. No sabemos si le alcanzará, pero se irá con la conciencia limpia: nadie le podrá decir que no se rompió el lomo.
Sergio Santana: actor, showman, chef improvisado. Organizó una olla popular con ñoquis frente al HCD, denunció medio mundo y se sacó fotos hasta con los mosquitos del Paseo de la Memoria. Apuesta a que lo viral se traduzca en votos.
Juani Ojeda: rodeado de militancia, caminó como maratonista de ultrafondo. Metió cuerpo en la calle, kilómetros de barrio en barrio, buscando el voto cara a cara.
El resto del pelotón
Oscar Prioletta: trabajó, pero lo desbordó la avalancha de temas. Campaña artesanal en tiempos de marketing digital.
Chiqui Maestrello: pintoresco, peleó cada cartel y buscó ser la voz de los que no tienen voz. Mucho ímpetu, poca estructura.
López: con la estrategia “no hagan olas que la marea nos saca”, apostó a redes y al uno a uno. Vendió renovación durante una década… pero un auto 0 km pierde 20% apenas pisa la calle.
La izquierda, los Arena y algún que otro nombre que ya cuesta recordar, sumaron para el mosaico, aunque sin mayores posibilidades de torcer el resultado.
El veredicto de la balanza
El domingo no habrá operetas ni tapas rimbombantes. Será más parecido a subirte a la balanza el 1 de enero después de tres meses de gimnasio, dieta y algún permitido en las fiestas: la realidad es inflexible. La gente dirá cuánto interés generan y cuánta confianza despiertan.
Hasta entonces, Google seguirá siendo el gran ensobrador, y los candidatos, apenas actores secundarios en la tragicomedia costeña.
El actor invisible del domingo
No incorporamos a otro actor del domingo: los votos en blanco, los recurridos, los nulos y también aquellos que ni siquiera se van a molestar en decir “yo voto en blanco”. Esos que dan la espalda —con el riesgo que signifique— y se animan a decir: “me tienen podrido, hablan, hacen y yo me siento cada vez peor”. Súmenle todos los etcéteras que quieran. Ellos también van a hablar, sin hablar y sin participar.
Porque esta campaña en Buenos Aires, además, es la primera desdoblada. Y tal vez sea apenas el arranque de una elección todavía más importante: la del 2027.