El fin de semana largo por el 17 de agosto pasó sin grandes sorpresas en la Costa Atlántica. Ni Mar del Plata, ni Villa Gesell, ni Pinamar, ni el Partido de La Costa pudieron mostrar niveles de movimiento que entusiasmen demasiado al sector. La palabra que mejor lo define es “moderado”, aunque en la jerga turística esa expresión suene más a insulso que a otra cosa.
En Mar del Plata, los datos de ventas por el Día del Niño mostraron una caída del 3 % respecto del año anterior, que terminó siendo leída como “un alivio” en un contexto de baja sostenida. En Villa Gesell, la tradicional fiesta ChocoGesell sirvió para sumar público, mientras que en La Costa los parques temáticos y la gala del Multicultural de Mar de Ajó aportaron cierta vitalidad. En Pinamar, en cambio, el flujo de visitantes se mantuvo discreto y con estadías cortas.
“No aclares que oscurece”
Lo cierto es que el turismo es un sector donde muchas veces se mide tanto lo que se dice como lo que se calla. Nadie quiere reconocer abiertamente un mal fin de semana, porque, como suele repetirse, “nadie pasaría sus vacaciones en un lugar que le va mal”. Por eso, los balances oficiales insisten en palabras como “movimiento moderado”, “buen clima comunitario” o “interesante propuesta cultural”, sin entrar demasiado en números concretos.
El trasfondo económico
La realidad es que la clase media argentina, principal sostén del turismo interno, cada vez tiene menos margen para darse escapadas sin resentir su presupuesto. Los que pueden, ya planifican el verano, y muchos comparan precios con destinos externos que hoy aparecen competitivos: Brasil y Chile son opciones que las agencias promocionan con fuerza. La Costa bonaerense, con su cercanía como ventaja, difícilmente pueda competir con esas ofertas en un contexto de bolsillos ajustados.
El verano en la mira
De cara a la temporada 2025/26, el sector enfrenta un doble desafío: fijar precios en un escenario inflacionario y con un clima electoral todavía abierto. En esa combinación, aventurarse a poner números firmes es arriesgado. Los prestadores saben que deberán sostener la oferta, evitar el parate y apostar a la fidelidad de un público que prioriza viajes cortos y económicos.
El fin de semana largo dejó, entonces, un sabor amargo: actividad sostenida pero sin brillo, esfuerzos locales por sumar propuestas, y la sensación de que la gran pulseada está puesta en el verano.