El presidente hizo de su paso por La Plata un mitin de agravios. En paralelo, se reconfigura la rosca bonaerense: ¿qué hacen los radicales, los vecinalistas y el conurbano sin Cristina? ¿Busca nacionalizar la elección bonaerense como vía de crecimiento electoral? ¿Hay tolerancia social ante este tipo de retórica?
No fue un acto institucional. No fue una visita de gestión. Fue un discurso de campaña con furia contenida y cálculo quirúrgico. Javier Milei llegó a La Plata con cifras, épica libertaria, y un arsenal de agravios personales contra Axel Kicillof. No dejó adjetivo sin usar: “pelotudo”, “burro eunuco”, “zar de la miseria” y otras 20 variantes más adornaron un mensaje cuyo objetivo no era técnico, sino emocional: convertir a Kicillof en enemigo público número uno del modelo Milei.
Detrás del show, hubo estrategia. Nacionalizar la elección bonaerense, simplificar el tablero a un mano a mano, y obligar a la política a posicionarse. Pero la provincia —spoiler— no se deja encasillar tan fácil.
La línea imaginaria: conurbano vs interior
La campaña que empieza puede leerse sobre una línea imaginaria que divide el conurbano del interior productivo. Dos Buenos Aires que se votan distinto, viven distinto y procesan la política en clave distinta.
En el interior agroindustrial, el ajuste ya muestra su reverso: pérdida de empleo, caída del consumo, desinflado del turismo regional y menos circulación de plata en las economías chicas. Hay malestar, sí. Pero también un voto más racional, menos emocional. Y ahí, los vecinalistas vuelven a respirar, los radicales se despegan del ruido y aparecen actores locales que pueden ponerle freno al “violeta arrasador”.
Del otro lado, el conurbano ya no tiene a Cristina como jefa simbólica. La Tercera Sección, sin su paraguas, empieza a mirar con incomodidad el vacío de conducción. ¿Puede LLA colarse ahí con un discurso de furia y promesa individualista? Tal vez. Si el peronismo no ocupa el centro del ring, Milei lo hace con una motosierra y sin pedir permiso.
¿Y los radicales?
Los radicales bonaerenses miran todo desde el costado del ring. Algunos coquetean con Milei, otros con el PRO residual, otros hacen cuentas con los intendentes vecinalistas. Su problema no es ideológico, es práctico: no tienen a quién venderle su silencio. El que ordena el escenario hoy no es Larreta, ni Macri, ni Lousteau. Es Milei. Y la UCR —otra vez— corre detrás de los hechos.
¿Acierta Milei con este tono?
Sí. Al menos con su público. El insulto no lo desgasta: lo ratifica. La agresión no lo margina: lo fortalece. Porque Milei no juega a ser presidente, juega a seguir siendo candidato. Y su electorado —ese que festeja la motosierra, la guerra cultural y el ataque sin filtros— no le pide institucionalidad: le pide revancha.
Conclusión: la campaña ya empezó (aunque nadie lo admita)
La provincia ya está jugando 2025, y no hay lugar para tibios. Milei lo sabe y no piensa correrse del centro de la escena. Kicillof, en cambio, todavía debate si contestar, resistir o salir a marcar territorio. En el medio, radicales y vecinalistas tantean el terreno, el peronismo busca jefatura y la oposición se fragmenta entre su miedo a perder y su falta de decisión para jugar.
La motosierra ya entró al conurbano. La pregunta es si esta vez no viene por el poder, sino por los votos.