Inteligencia, campañas “roñosas” y manipulación | Alertan sobre los riesgos de desinformación en redes y medios
En plena etapa electoral y de polarización discursiva, dos advertencias surgidas desde distintos sectores generaron preocupación sobre el uso de la información como herramienta de manipulación: por un lado, el periodista Hugo Alconada Mon reveló que la AFI (Agencia Federal de Inteligencia) estaría enfocando su actividad en identificar a quienes “manipulen la opinión pública” o “erosionen la confianza en los poderes del Estado”, lo que reaviva el debate sobre los límites entre seguridad, espionaje y libertad de expresión.
La información fue publicada en el diario La Nación, donde se señala que la actual conducción de inteligencia civil podría estar aplicando un criterio amplio y ambiguo para determinar qué actores sociales o comunicacionales son considerados amenazas potenciales. “Una interpretación laxa de estos conceptos podría llevar a justificar monitoreos sobre periodistas, activistas o ciudadanos que simplemente expresan disidencias”, advierte el artículo.
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En paralelo, el gobernador bonaerense Axel Kicillof también encendió una luz de alerta, pero desde otro ángulo. En declaraciones a medios de Mar del Plata, se refirió a la actual campaña electoral como “roñosa, plagada de operaciones y noticias falsas”. Y agregó: “No es sucia: es roñosa, porque se meten con todo, hasta con los chicos, con las familias, con la salud”.
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¿Y la democracia?
Ya no se necesitan tanques en las calles para imponer una agenda: hoy alcanza con algoritmos, bots y contenido diseñado para erosionar el pensamiento crítico. Lo que antes se lograba con fuerza, ahora se construye —y se destruye— manipulando emociones, generando confusión y alejando a la ciudadanía de las urnas. Podría decirse que ese objetivo ya se está logrando: no irían a votar los más convencidos, sino los más manipulados.
Frente a este cambio de época, la pregunta ya no es solo “¿qué podés hacer vos?”, sino ¿qué estamos haciendo todos para salvar la democracia?
En un mundo donde la ansiedad y la dependencia digital parecen ser el nuevo estado natural, vale preguntarse: ¿qué pasaría si un día se cayera el sistema? ¿Cómo resistiríamos la abstinencia de redes sociales? ¿Cuánto tardaríamos en enterarnos de lo que realmente pasa? ¿Volveríamos a lo analógico? ¿Cómo nos reorganizaríamos sin GPS, sin actualizaciones, sin scroll infinito?
Lo viejo sirve. Y nadie se salva solo.
Tal vez, entender eso sea el primer paso para defender una democracia que no se mide solo por votos, sino también por la calidad de la conversación pública. ¿Tendremos ganas de hacer ese ejercicio de conversar? Es decir, de escuchar al otro y permitir que ese otro nos escuche.
El objetivo, quizás, no sea convencer, sino pensar juntos un Estado de bienestar, solidario y participativo. Aunque por ahí vos querés otra cosa.
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